Quizá
hoy, entre los jóvenes, hablar acerca de la devoción al Sagrado Corazón
de Jesús no tenga ningún referente. Recuerdo que al preguntar en mi
clase de historia a los alumnos qué era el Sagrado Corazón, una alumna
me comentó: es el nombre de un colegio. Los otros 29 estudiantes no
tenían ni idea de lo que ese nombre significa.
Y es que perder nuestros referentes religiosos es distanciarnos
también de nuestra identidad y cultura. Recuerdo una visita guiada en la
catedral de Chartres, Francia, en que una profesora le pedía a los
adolescentes que guiaba le describieran una de las portadas laterales de
la catedral. Ninguno pudo decir lo que significaban esas tallas en
piedra, enigmáticas medievales. La guía entonces comentó a los padres
que acompañaban a los jóvenes que la falta de conocimiento religioso
traía como resultado la ignorancia cultural de la historia de Francia.
El tema del Sagrado Corazón nos remonta al siglo XVIII novohispano. Fue
una devoción que, vía España, nació en la Francia del siglo XVII. Una
monja francesa de la Orden de la Visitación, fundación de San Francisco
de Sales, Sor Margarita María Alacoque tuvo unas visiones extrañas en
que Jesús le transmitía la imagen de un corazón, separado del cuerpo.
Durante la liturgia de la adoración eucarística observó, dentro de su
contemplación, cómo Cristo le mostraba su corazón, que lleno de amor por
los hombres, era despreciado. Ese 27 de diciembre de 1673 “Cristo le
dijo haberla escogido para comunicar a los hombres los deseos de su
corazón”.
Esta devoción francesa fue transmitida por los jesuitas al resto del
mundo. El padre Claudio La Colombiere fue confesor de Margarita María
Alacoque y fue él precisamente el mediador entre la monja y la fuerte
devoción que se desarrollaría a lo largo del siglo XVIII.
Así pues, la devoción al Sagrado Corazón la transmitieron los jesuitas
en la Nueva España, desde la tercera década del siglo XVIII. El padre
Juan Antonio de Mora, hermano de la conocida monja Sor María Inés de los
Dolores del convento de San Lorenzo, escribió Devoto culto que debe dar
el Christiano a el Sagrado Corazón de Christo, y hombre. Y fue a partir
de este texto que se desarrolló ampliamente este culto y no únicamente
entre los hijos de San Ignacio sino también los mercerdarios, carmelitas
y agustinos. Si visitamos la Iglesia de la Profesa, en el centro de la
ciudad de México en la calle de Madero esquina con Isabel la Católica,
que fuera uno de los templos más ricos de la Compañía de Jesús, veremos
aún las imágenes realizadas en diferentes técnicas del Corazón de Jesús.
Al ser expulsados los jesuitas en 1767 de todo el imperio español, sus
devociones, imágenes, la transmisión de sus prácticas religiosas,
continuaron en el pueblo. Para el caso de la Nueva España y del México
independiente la devoción al Sagrado Corazón de Jesús continuó. No hay
iglesia tanto en la ciudad de México como en provincia que no cuente con
imágenes del corazón de Cristo. Se imprimieron sermones, manuales de
visitas a la imagen, muy especialmente los viernes, otorgamiento de
indulgencias a sus feligreses. Esto produjo que en los hogares también
se ostentara la imagen del Sagrado Corazón. Un culto que se extendió en
todos los actos cotidianos de la vida novohispana. De ahí surgen los
detentes, los escapularios, las medallas y estampas, y para las familias
linajudas, grandes cuadros con motivos alegóricos donde el corazón de
Cristo es adorado en sublimes posturas y emblemas que hacían gala de
ingenio y agudeza en las formas de presentar este órgano vital del
hombre. El corazón de Cristo se hacía manifiesto en galas y flores o en
destellos de luces que movían a devoción y protección de los poseedores,
de ahí la abundancia de los mismos.
Las monjas, los frailes y amén del clero secular se hicieron grandes
propagadores de dicha devoción, que habían dejado en el alma religiosa
de la Nueva España. La extinción de la Compañía de Jesús no demeritó la
devoción, sino al contrario, siguió extendiéndose por las otras órdenes.
Actualmente en el Museo Soumaya, sito en la Plaza Loreto, al sur de la
ciudad de México, se presenta una interesante muestra sobre la devoción.
Se llama Corazón Sagrado. Inicia esta magna exposición con un óleo del
siglo XVI, donde la Iglesia contempla las palabras del evangelista:
“Esta es mi sangre”, que es la base teológica de dicha devoción. Al
entrar nos topamos con unas magníficas pinturas que representan santos
mercedarios, los grandes iniciadores del culto a la sangre de Cristo en
el medioevo. Estas representaciones artísticas se exhiben por vez
primera en un museo mexicano.
Además de lo anterior, resalta por su grandeza y expresividad artística,
un óleo de gran formato que muestra el corazón de Cristo rodeado de
pequeños corazones. Sobresale también en la guía museográfica una talla
en madera polícroma de un Niño Jesús, que exhibe su corazón y que servía
como ajuar en las profesiones de las monjas novohispanas.
La muestra también presenta impresos virreinales como libros y novenas
pertenecientes a los fondos del Centro de Estudios de Historia de México
Carso y de la colección del padre José Herrera Alcalá, que nos adentran
con ojos más perceptivos a una devoción que caló profundamente en alma
del mexicano.
Esta exposición es la primera que se realiza en México sobre una
devoción cristológica, que nos lleva a conocer la fe y la sensibilidad
artística del mexicano. Conocer el pasado religioso es pues conocer la
historia de México. Las miradas plurales con las que se pueda acercar a
una devoción necesariamente nos enriquecerán.
Para leer más:
Leonor Correa Etchegaray. “El rescate de una devoción jesuítica: El
Sagrado Corazón de Jesús en la primera mitad del siglo XIX”, en Manuel
Ramos Medina (coord.) Historia de la Iglesia en el siglo XIX. México,
1998. Centro de Estudios de Historia de México Carso, pp. 369-380.
Manuel Ramos Medina
Director del Centro de Estudios de Historia de México Carso
http://contenido.com.mx/author/manuel_ramos_medina/